Fuimos una generación afortunada
Ya hace varios
años que mi mujer y yo comenzamos a ejercer como profesores de secundaria.
Además de compartir la profesión, también tenemos varios amigos que se dedican
a la docencia, con los cuales no tardamos en charlar sobre nuestros alumnos y
sus características. Otros amigos que no se dedican a dar clase nos acostumbran
a preguntar sobre nuestro trabajo, y, ya sea con unos o con otros, es habitual
en nosotros y en los que nos escuchan que pronunciemos la frase: “Esta
generación no tiene arreglo”, o algo parecido. Parece que la única generación
buena sea la nuestra, la más formada, la más preparada, la más humilde y
trabajadora, la más esforzada y con más talento y conocimientos.
Si repasamos
brevemente las ideas que se han tenido sobre la juventud desde la Grecia
clásica, lo primero que sorprende es que buena parte de los políticos, pensadores
y filósofos de todos los tiempos están de acuerdo en que la generación
inmediatamente posterior a la suya llevaría a su sociedad al desastre. No
citaré a estos pensadores aquí, ya que podéis encontrar varios posts en algunos
blogs con frases de Manuel Fraga, Platón, San Agustín y otros personajes
ilustres quejándose de los vicios de la juventud. Por lo tanto, no voy a ser yo
quien se queje amargamente del desastroso nivel intelectual y cultural de
nuestros jóvenes, ni de su falta de cultura del esfuerzo y sacrificio. Mi
generación quizá sea mejor en algunas cosas, pero en otras no. De hecho, pienso
que cada generación es diferente, y que antes de juzgar a un grupo tan
heterogéneo de personas, convendría tener en cuenta una serie de condicionantes
que han variado con los años.
1. Mi generación disfrutó de un marco familiar más
estable y estructurado.
Si miramos las
estadísticas de divorcios y bodas en España en los últimos cincuenta o cien
años, veremos claramente que con la democracia y la ley del divorcio el número
de parejas con hijos que se separan es altísimo, llegando en algunos años a
superar el número de nacimientos o bodas. Obviamente no estoy en contra del
divorcio ni de la separación de una pareja. Supongo que ya es suficientemente
triste para un padre y una madre tener que dejar de convivir como para que yo
los juzgue, pero también es obvio que los niños que sufren una separación ven
afectadas su autoestima y a su estabilidad emocional. Estoy seguro que hay
familias monoparentales y “no tradicionales” que cumplen a la perfección con su
rol, por lo que refinaré mi primer argumento complementándolo con el segundo.
2. Mi generación pasó más tiempo con sus padres.
Cuando digo “un entorno familiar más estable y
estructurado”, no me refiero únicamente a la presencia de los dos
progenitores en casa, sino sobretodo me refiero a la posibilidad de que al
menos uno de ellos le pueda dedicar al niño el tiempo que necesita para su
desarrollo. Con ello no quiero decir que uno de las dos (y mucho menos siempre
la mujer) tenga que quedarse en casa con los niños, pero sí que creo que las
condiciones laborales han empeorado desde que yo era pequeño, y que los
españoles y catalanes hemos ido trabajando cada vez más horas, hasta llegar un
momento, antes de la crisis, en que la cantidad de tiempo que pasábamos con la
familia era minúsculo. Yo he tenido alumnos adolescentes cuyos padres no llegan
a casa hasta las ocho o las nueve de la noche, que comen y cenan solos, que se
pasan horas y horas en casa cada tarde sin nadie que procure que hagan los
deberes o, simplemente, no pierdan el tiempo con el ordenador o la televisión. Como
decía mi economista de cabecera, Fritz Schumacher, “si bien cierto que es un avance que la mujer pueda dedicarse a
trabajar si lo desea, no lo es que hoy en día se necesiten dos sueldos para
poder llegar a fin de mes”.
3. Mi generación no tenía tantas posibilidades de
distracción de poca calidad.
Si repasamos la
historia de la cultura basura en España, veremos que las televisiones privadas
comenzaron su andadura en 1990, y que cuatro o cinco años más tarde el infame
Pepe Navarro inauguró toda una serie de programas vomitivamente
sensacionalistas. Gran Hermano no salta a la palestra hasta finales de la
década, y programas con Aquí hay Tomate o Salsa Rosa son posteriores. Cuando
las pobres chicas de Alcàsser eran exhumadas de nuevo en televisión, yo ya
tenía catorce o quince años, por lo que tenía ya bastante conciencia de cuáles
eran mis responsabilidades. Por entonces, si te pasabas una tarde entera viendo
la tele, podías ver dibujos animados no sólo en TV3 o en la 2, sino también en
Telecinco y Antena 3. Además, yo no tuve internet hasta los dieciséis años, y
cuando me conectaba a la red lo hacía siempre con mi hermano mayor delante. No
tuve móvil hasta los dieciocho, y no comencé a chatear en el messenger hasta
los veintiuno. Sí que tuve consola de videojuegos relativamente pronto, a los
doce o trece años, pero los juegos valían diez mil pelas de la época, y eso era
excesivo, no sólo para mis padres, sino también para mí. Creo que en toda mi
adolescencia me compraron dos juegos de Master System II, y me acabé aburriendo
de los videojuegos a los catorce años, cuando mi abuelo y mi tío me compraron
una guitarra española. Para cuando hubo la posibilidad de perder horas
conectado al Facebook, yo ya había acabado la carrera. Y eso es una ventaja
importante para mi generación.
La mayoría de
nacidos entre 1970 y 1985 tuvimos pocas distracciones absorbentes y poco
edificantes en casa. Había tele y radio, es verdad, pero también había muchos
libros, partidos de fútbol y baloncesto con sus respectivos entrenamientos
semanales, clases de inglés extraescolares, de música, de danza, de ajedrez,
etc… No es que los chavales de hoy no las tengan, pero la posibilidad de que se
pasen horas enteras delante de una pantalla boba es mucho mayor. En mi
infancia, por lo menos, podías salir a la calle y jugar en el patio del edificio,
o en el descampado del barrio, o en el parque de al lado de casa, o
directamente en mitad de la calle, sin que los padres tuvieran la sensación de
peligro que tienen hoy.
4. Mi generación contó con toda la tribu de nuestra
parte.
Hay un dicho clásico
en educación: “para educar a un solo niño
hace falta toda la tribu”. Cuando yo era pequeño, mis padres, los
profesores, los medios de comunicación y cualquier ciudadano de a pie pensaban
de la misma manera en lo que respectaba a lo que era de buena educación y lo
que no. Si alguno de nosotros hubiera escupido al suelo en el metro cuando
tenía diez años, o se hubiera intentado colar, estoy seguro que alguien que
hubiera presenciado nuestra grosería, fuera quien fuese, seguramente sin
conocernos de nada, nos habría regañado por ello y nosotros nos habríamos
sentido avergonzados de nuestro comportamiento. Hoy en día ese comportamiento
educativo de parte del resto de la sociedad no existe. Alguna vez he reprendido
en el tren a algún chaval que fumaba, y aunque yo sabía que todo el vagón
estaba de mi parte, el chaval no paraba de insultarme y quejarse sin que nadie
más le dijera nada. Una vez no dejé colarse detrás de mí en el metro a un
chaval unos pocos años menor que yo, y en el andén le oí murmurar varias veces
que me iba a partir la boca. Al final no lo hizo, pero yo preferí irme al
último vagón. Los profesores nos quejamos amargamente de que los padres, en
muchos casos, han dimitido de su función, pero también la sociedad actual ha
dejado de respaldar la acción educativa que los padres responsables y los
profesores intentamos llevar a cabo.
Conclusión
Si a esto
añadimos la enorme cantidad de casos de criminales y corruptos que no pagan por
sus penas, de famosos que venden un ideal de éxito basado en el braguetazo y el
chismorreo, y le añadimos los modelos de ocio que se propugnan desde varios
sectores (fiestas desmadradas de fin de semana, drogas fácilmente accesibles,
sexo cada vez más fácil y sencillo de obtener), y otros múltiples factores,
veremos que la generación que está saliendo de nuestros institutos ya viene con
muchos condicionantes negativos de casa. Por lo tanto, la próxima vez que algún
miembro de mi generación se lamente con nostalgia de lo buenos que éramos
nosotros y lo desastrosos que son los adolescentes de hoy, espero que tenga en
cuenta que a la mayoría de nosotros nadie, ni nuestros padres ni la sociedad,
nos dejó en la estacada.
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