Que no acabe la crisis
Ayer me fui a
dormir tarde y con una idea extraña rondándome la cabeza. Supongo que había visto demasiado
la tele estos últimos días, y las noticias que avisan de que puede ser que la
crisis esté quedando atrás de manera definitiva se habían infiltrado en mi
subconsciente como si fueran una fina lluvia de agujas. Que si el paro baja, que si el PIB vuelve a
subir tímidamente, que si la confianza empresarial aumenta, etc… Todos corren a
ponerse medallas por la gestión que han realizado de la peor crisis que ha
sufrido este país desde la Guerra Civil, pero yo no quiero que tengan razón.
¿Por qué?
No quiero que la
crisis acabe ahora o en los próximos meses. No es que no desee que la gente ya
no sea desahuciada, que todo el mundo pueda volver a tener trabajo, que dejen
de recortar en los servicios más básicos y que el país se recupere. Algún día
todo esto pasará, pero no quiero que pase ahora. El motivo es muy sencillo: aún
no hemos eliminado las causas ni corregido lo que nos ha llevado a la crisis.
Los políticos
corruptos de uno y otro signo siguen ahí, en sus butacas, con sus pensiones
vitalicias y su inglés de pacotilla. Los votantes siguen igual de anestesiados,
creyendo que los partidos de toda la vida nos salvarán de una situación que no
han sabido preveer ni gestionar. Los pequeños empresarios y los autónomos
siguen sobreviviendo como pueden si son honestos y cumplen la ley, abocados a
cerrar en muchos casos porque son de los pocos que sí pagan sus impuestos y
contribuyen al bien común. Si, por el contrario, son empresarios talla XXL,
siguen siendo unos mangantes y unos chorizos, siguen aumentando sus cuentas
corrientes y precarizando cada vez más los puestos de trabajo de sus
asalariados, siguen evadiendo sus millones y lavándolos en playas paradisíacas
mientras se hinchan la boca con los supuestos sacrificios que todos menos ellos
debemos hacer para salir de esta crisis. Los futbolistas siguen ahí, ganando la
tira de millones por darle patadas a un balón, sin saber decir dos frases
seguidas con sentido, siendo un modelo de virtudes para las generaciones más
jóvenes, y alelando a los varones de media España con sus partidos y polémicas
narcotizantes. Los alumnos gamberros y los ni-ni siguen ahí, sin querer
estudiar ni dejar estudiar, sin hacer nada con sus vidas y exigiéndolo todo,
desde el plato de macarrones en la mesa hasta la moto llena de gasolina por su
cara bonita, pasando por el dinero necesario para su santo peta de cada día.
Los trabajadores sin formación siguen ahí, en muchos casos después de haber
cambiado de orientación laboral y haber realizado algún curso, pero sin la
necesaria motivación para seguir estudiando y mejorando el resto de su vida,
pues cuando la crisis haya pasado volverán muchos de ellos a dedicar su tiempo
libre al bar y a mirar el fútbol en el sofá de casa. La burocracia sigue ahí,
desesperante y aburrida, una traba para la iniciativa y para la eficacia en el
trabajo, considerando que los trabajadores tenemos que seguir perdiendo horas
de trabajo para llevar papeles y más papeles, hacer colas, gestionar asuntos
que se podrían resolver con un simple click desde casa, y sin elevar la voz no
sea que no le caigamos simpático a quien nos atiende. La justicia sigue ahí,
igual de lenta, de absurda, de ineficaz, sin meter mano a las bolsas enormes de
economía sumergida y fraude que existen en el país, sin hallar soluciones
reales para las víctimas de hurtos, violaciones, abusos bancarios y estafas
legales. Las empresas de telemárketing y de telecomunicaciones y energía siguen
ahí, llamando cuando no toca, intentando vender productos y servicios que no
nos interesan, con las tarifas más caras de Europa, y justificando todo ello
sin despeinarse amparados en la libertad de mercado.
Podría seguir
enumerando todos los causantes de las crisis y las cosas que no van bien en
este país, pero la lista sería demasiado larga. Si la crisis acabase mañana
mismo, como algunos quieren hacernos creer, todos ellos seguirían ahí,
intocables, inamovibles. Si mañana saliéramos de la crisis, la regeneración
necesaria no tendría lugar, no cambiarían las cosas, no saldríamos fortalecidos
y mejorados. Al cabo de un tiempo, unos meses, años o décadas, volveríamos a
tener otra crisis todavía más grande, más dura y más difícil de superar. Aún no
hemos quemado en la hoguera de San Juan todos los trastos viejos e inútiles que
nos impiden avanzar como país. Si no lo hacemos ahora, mejor que mañana no
salgamos de la crisis, porque tener que aguantarlos a todos ellos hasta la
próxima crisis se me antoja demasiado duro y descorazonador.
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