La finalidad bendita de enseñar música
Hace ya bastantes años trabajé de profesor de guitarra en una pequeña academia del barrio de Horta. Actualmente continúo dedicándome a la docencia, si bien no a la de la música. En este escrito no pretendo hacer una reflexión sobre los músicos que se dedican a la docencia, ni pretendo juzgar ni sentar ningún tipo de dogma sobre la cuestión. Simplemente expondré mi opinión sobre un serie de fenómenos que he observado. Vamos allá.
1. Hoy en día los compositores y sus obras están divinizadas.
No sé por qué razón histórica -bueno, sí que lo sé pero no tengo espacio para explicarlo- las obras de los grandes maestros del pasado están divinizadas y mitificadas. En muchos casos, cuando un profesor de piano explica y enseña a sus alumnos una sonata de Beethoven o de Mozart puede llegar a enfadarse, cabrearse, gritar a sus alumnos y hacerles sentir mal porque han fallado alguna nota, no estudian tanto como deberian o no se toman la música suficientemente en serio. Según algunos de estos profesores -y que conste que sé que exagero-, Mozart cagaba ambrosía y sus pedos sonaban afinados y en octavas con sus eructos, Beethoven no se equivocaba nunca y Bach es poco menos que la segunda encarnación de Cristo. Yo adoro a todos los compositores que me emocionan hasta la médula, pero sé que eran humanos. Entiendo a los profesores que quieren que sus alumnos se esfuercen, y muchas veces los gritos o los reproches vienen porque los alumnos no han tocado el instrumento en toda la semana, pero la mayoría de ellos deberían dejar de pensar que todos sus alumnos sienten lo mismo por la música que ellos, o que la mayoría de sus alumnos están realmente interesados en la música que les toca aprender. No digo que las composiciones de los maestros de antaño no sean magníficas, pero creo que ya basta de que, sobretodo en el campo de la música clásica, los profesores de música intenten que sus alumnos no cometan una sola equivocación y suenen perfectos. La música no es perfecta, los compositores tampoco, así que los alumnos todavía menos. No sé por qué motivo muchos profesores de música se irritan cuando algún alumno se toma la música como un divertimento y no como una disciplina seria y rígida, o por qué motivo, en la mayoría de conservatorios, no se enseña de manera generalizada a improvisar con el instrumento. Quizá esto haya cambiado desde que yo comenzara a estudiar, no lo sé, pero creo que saber improvisar con el instrumento es mucho más didáctico, divertido, instructivo y enriquecedor que pasarse ocho horas al día tocando el instrumento, cosa que también es necesaria si se quiere llegar a concertista, pero que no recomiendo a nadie que quiera realmente disfrutar con la música. No sé si Beethoven tocaba ocho horas al día, -Schumann probablemente le dedicaba el doble, y así acabó, pobre-, ni tampoco si Mozart, Bach o cualquier otro de los maestros de antaño se dedicaba en cuerpo y alma a estudiar música. Sí que sé que la gran mayoría de ellos sabían improvisar, por los menos hasta llegado el siglo XIX, y que en sus conciertos muchas veces se pasaban por el forro del escroto sus propias partituras, hacían cadencias que no estaban escritas y que eran creadas en aquel momento, se saltaban compases y ponían de mala leche a sus acompañantes -podéis encontrar abundantes casos en los conciertos que Beethoven realizaba en Viena-. En mi opinión, una cosa es la música y otra el sacerdocio, por decirlo de alguna manera. Ni la música es divina, ni los compositores son Dios, y lo dice alguien que adora la música. Dios murió a finales del siglo XIX, y nos dejó a las personas como sus herederos, así que no entiendo por qué motivo nos pensamos que la música clásica debe ser reverenciada como si fuera algo fuera de lo normal.
2. La música es un juego, no una competición.
Aunque parezca extraño, en muchos casos tanto profesores como alumnos se han olvidado de disfrutar con la música, de jugar con ella, de ser felices practicándola. Es un poco como si los músicos se hubieran convertido en actores porno: se ganan la vida con una cosa que es divertidísima para la mayoría de mortales pero, joder, ¡ellos no se lo pasan bien tocando! No he acudido nunca a un concurso de interpretación como concursante, así que no puedo hablar de primera mano del tema, pero me gustaría decir una cosa: a determinado nivel de estudios de los participantes, la diferencia entre el ganador, el finalista y el último del concurso es casi ínfima, y en muchos casos no es una cuestión de técnica ni de saber tocar el instrumento, sino de gustos estéticos, simpatías personales y preferencias y lealtades entre profesores, escuelas y personalidades musicales que se parece más a las relaciones que tienen las familias de la Cosa Nostra entre ellas que a las relaciones que deberían establecerse entre miembros de una comunidad artística. Nuestra sociedad es demasiado competitiva, y, por desgracia, la música también se ha empapado hasta la saciedad de dicho prejuicio. La música no es una competición, no se trata de tocar cientos de notas por segundo, ni de hacerlo de manera perfecta. Se trata de disfrutar, de gozar, de transmitir sentimientos y de divertirse. Por desgracia, esta manera de pensar también se ha exportado a otras esferas que no son las de la música clásica. Odio a los guitar-hero y a su parafernalia, a los que intentan tocar doscientas notas en un segundo y fardan de que tocan muy rápido. Yo a veces toco rápido, pero si lo hago es por algún motivo. Estoy harto del virtuosismo por el virtuosismo. La música es mucho más que pirotecnia. Y ojo, me encanta oír a Juan Diego Flórez hacer maravillas vocales, a Paco de Lucía tocar como tocaba, pero no entiendo que haya gente que piense que todo es una cuestión de técnica o de pasarse horas y horas tocando. No, no lo es.
3. La mayoría de profesores y de estudiantes de música no optimizamos el estudio ni el tiempo.
Me incluyo porque durante mucho tiempo ha sido así en mi caso, y desde hace un tiempo he cambiado muchas cosas de mi manera de afrontar la música y el estudio de una obra. Me sorprende que en ningún conservatorio que yo conozca haya un psicólogo o psicopedagogo especializado en la educación musical de sus alumnos. La música y los músicos somos material sensible, tenemos nuestras fobias y nuestros miedos -escénico, al ridículo, a fallar una nota, a quedarnos en blanco- y nos encontramos en pelotas cuando nos toca hacer una audición o un concierto. Los que tienen mayor experiencia se reirán de mis palabras, pero hubiera dado lo que fuera porque alguien me hubiera enseñado a meditar o a controlar mis nervios con la respiración antes de haber hecho mi primer concierto. Algunos profesores presionan a sus alumnos con frases como "Esto te tiene que salir por cojones", "No me puedes dejar en mal lugar", y otro tipo de frases que no sólo no sirven para motivar a un adolescente o joven que sueña con ser músico, sino que directamente le trasmiten que a su profesor le importa más la opinión que el resto del claustro del conservatorio tendrá de él como docente que el hecho de que su alumno disfrute con el concierto. Las audiciones públicas y las actuaciones deberían ser una fuente de gozo, no de sufrimiento, y alguien -un psicólogo, un psicopedagogo, un consejero espiritual, un maestro yogui, yo qué sé-, debería enseñar a los chavales a relajarse antes de estudiar, a concentrarse, a estudiar de manera tranquila, efectiva y autónoma, más allá de conseguir o no que la obra quede perfecta, que, de buen seguro, no quedará ni mucho menos como la habría tocado su compositor.
4. La creatividad no es potenciada en nuestros conservatorios
A día de hoy, quien quiere aprender a tocar un instrumento y pasárselo bien puede ver su afán matado por la rigidez que existe en muchos conservatorios. Los planes de estudios incluyen tropecientas obras, estudios, etc.. y muchas veces un estudiante de guitarra o de piano puede llegar a obtener un grado medio o superior sin haber tocado nunca una obra propia. Ya sé que no todo el mundo sabe componer, es cierto, pero que no todo el mundo pueda llegar a compositor no quiere decir que todo el mundo deba de ser como un reproductor de CD. Estoy completamente de acuerdo con la opinión de que la escuela que te va dar la mayor técnica de tu instrumento es la clásica, sea cual sea tu instrumento, pero no estoy de acuerdo en que no se potencie que el alumno cree sus propias canciones, componga sus piezas, haga música propia. ¿Por qué motivo relegamos la composición a una especialidad del grado superior? Quizá yo sea demasiado atrevido, pero, ¿por qué no potenciamos que los alumnos toquen su propia música, a su manera, con sus defectos y sus virtudes, y poco a poco les formamos el gusto y pulimos sus prejuicios y sus ideas preconcebidas sobre lo que es ser músico? Creo que ningún profesor de música debería plantearse formar al próximo Daniel Barenboim o a la próxima Maria Callas. Cada alumno es único, y cada uno debe de aprender a ser él mismo. Cada persona debería descubrir su propia música, porque cada alma es diferente, y la música no es más que su lenguaje más puro.
1. Hoy en día los compositores y sus obras están divinizadas.
No sé por qué razón histórica -bueno, sí que lo sé pero no tengo espacio para explicarlo- las obras de los grandes maestros del pasado están divinizadas y mitificadas. En muchos casos, cuando un profesor de piano explica y enseña a sus alumnos una sonata de Beethoven o de Mozart puede llegar a enfadarse, cabrearse, gritar a sus alumnos y hacerles sentir mal porque han fallado alguna nota, no estudian tanto como deberian o no se toman la música suficientemente en serio. Según algunos de estos profesores -y que conste que sé que exagero-, Mozart cagaba ambrosía y sus pedos sonaban afinados y en octavas con sus eructos, Beethoven no se equivocaba nunca y Bach es poco menos que la segunda encarnación de Cristo. Yo adoro a todos los compositores que me emocionan hasta la médula, pero sé que eran humanos. Entiendo a los profesores que quieren que sus alumnos se esfuercen, y muchas veces los gritos o los reproches vienen porque los alumnos no han tocado el instrumento en toda la semana, pero la mayoría de ellos deberían dejar de pensar que todos sus alumnos sienten lo mismo por la música que ellos, o que la mayoría de sus alumnos están realmente interesados en la música que les toca aprender. No digo que las composiciones de los maestros de antaño no sean magníficas, pero creo que ya basta de que, sobretodo en el campo de la música clásica, los profesores de música intenten que sus alumnos no cometan una sola equivocación y suenen perfectos. La música no es perfecta, los compositores tampoco, así que los alumnos todavía menos. No sé por qué motivo muchos profesores de música se irritan cuando algún alumno se toma la música como un divertimento y no como una disciplina seria y rígida, o por qué motivo, en la mayoría de conservatorios, no se enseña de manera generalizada a improvisar con el instrumento. Quizá esto haya cambiado desde que yo comenzara a estudiar, no lo sé, pero creo que saber improvisar con el instrumento es mucho más didáctico, divertido, instructivo y enriquecedor que pasarse ocho horas al día tocando el instrumento, cosa que también es necesaria si se quiere llegar a concertista, pero que no recomiendo a nadie que quiera realmente disfrutar con la música. No sé si Beethoven tocaba ocho horas al día, -Schumann probablemente le dedicaba el doble, y así acabó, pobre-, ni tampoco si Mozart, Bach o cualquier otro de los maestros de antaño se dedicaba en cuerpo y alma a estudiar música. Sí que sé que la gran mayoría de ellos sabían improvisar, por los menos hasta llegado el siglo XIX, y que en sus conciertos muchas veces se pasaban por el forro del escroto sus propias partituras, hacían cadencias que no estaban escritas y que eran creadas en aquel momento, se saltaban compases y ponían de mala leche a sus acompañantes -podéis encontrar abundantes casos en los conciertos que Beethoven realizaba en Viena-. En mi opinión, una cosa es la música y otra el sacerdocio, por decirlo de alguna manera. Ni la música es divina, ni los compositores son Dios, y lo dice alguien que adora la música. Dios murió a finales del siglo XIX, y nos dejó a las personas como sus herederos, así que no entiendo por qué motivo nos pensamos que la música clásica debe ser reverenciada como si fuera algo fuera de lo normal.
2. La música es un juego, no una competición.
Aunque parezca extraño, en muchos casos tanto profesores como alumnos se han olvidado de disfrutar con la música, de jugar con ella, de ser felices practicándola. Es un poco como si los músicos se hubieran convertido en actores porno: se ganan la vida con una cosa que es divertidísima para la mayoría de mortales pero, joder, ¡ellos no se lo pasan bien tocando! No he acudido nunca a un concurso de interpretación como concursante, así que no puedo hablar de primera mano del tema, pero me gustaría decir una cosa: a determinado nivel de estudios de los participantes, la diferencia entre el ganador, el finalista y el último del concurso es casi ínfima, y en muchos casos no es una cuestión de técnica ni de saber tocar el instrumento, sino de gustos estéticos, simpatías personales y preferencias y lealtades entre profesores, escuelas y personalidades musicales que se parece más a las relaciones que tienen las familias de la Cosa Nostra entre ellas que a las relaciones que deberían establecerse entre miembros de una comunidad artística. Nuestra sociedad es demasiado competitiva, y, por desgracia, la música también se ha empapado hasta la saciedad de dicho prejuicio. La música no es una competición, no se trata de tocar cientos de notas por segundo, ni de hacerlo de manera perfecta. Se trata de disfrutar, de gozar, de transmitir sentimientos y de divertirse. Por desgracia, esta manera de pensar también se ha exportado a otras esferas que no son las de la música clásica. Odio a los guitar-hero y a su parafernalia, a los que intentan tocar doscientas notas en un segundo y fardan de que tocan muy rápido. Yo a veces toco rápido, pero si lo hago es por algún motivo. Estoy harto del virtuosismo por el virtuosismo. La música es mucho más que pirotecnia. Y ojo, me encanta oír a Juan Diego Flórez hacer maravillas vocales, a Paco de Lucía tocar como tocaba, pero no entiendo que haya gente que piense que todo es una cuestión de técnica o de pasarse horas y horas tocando. No, no lo es.
3. La mayoría de profesores y de estudiantes de música no optimizamos el estudio ni el tiempo.
Me incluyo porque durante mucho tiempo ha sido así en mi caso, y desde hace un tiempo he cambiado muchas cosas de mi manera de afrontar la música y el estudio de una obra. Me sorprende que en ningún conservatorio que yo conozca haya un psicólogo o psicopedagogo especializado en la educación musical de sus alumnos. La música y los músicos somos material sensible, tenemos nuestras fobias y nuestros miedos -escénico, al ridículo, a fallar una nota, a quedarnos en blanco- y nos encontramos en pelotas cuando nos toca hacer una audición o un concierto. Los que tienen mayor experiencia se reirán de mis palabras, pero hubiera dado lo que fuera porque alguien me hubiera enseñado a meditar o a controlar mis nervios con la respiración antes de haber hecho mi primer concierto. Algunos profesores presionan a sus alumnos con frases como "Esto te tiene que salir por cojones", "No me puedes dejar en mal lugar", y otro tipo de frases que no sólo no sirven para motivar a un adolescente o joven que sueña con ser músico, sino que directamente le trasmiten que a su profesor le importa más la opinión que el resto del claustro del conservatorio tendrá de él como docente que el hecho de que su alumno disfrute con el concierto. Las audiciones públicas y las actuaciones deberían ser una fuente de gozo, no de sufrimiento, y alguien -un psicólogo, un psicopedagogo, un consejero espiritual, un maestro yogui, yo qué sé-, debería enseñar a los chavales a relajarse antes de estudiar, a concentrarse, a estudiar de manera tranquila, efectiva y autónoma, más allá de conseguir o no que la obra quede perfecta, que, de buen seguro, no quedará ni mucho menos como la habría tocado su compositor.
4. La creatividad no es potenciada en nuestros conservatorios
A día de hoy, quien quiere aprender a tocar un instrumento y pasárselo bien puede ver su afán matado por la rigidez que existe en muchos conservatorios. Los planes de estudios incluyen tropecientas obras, estudios, etc.. y muchas veces un estudiante de guitarra o de piano puede llegar a obtener un grado medio o superior sin haber tocado nunca una obra propia. Ya sé que no todo el mundo sabe componer, es cierto, pero que no todo el mundo pueda llegar a compositor no quiere decir que todo el mundo deba de ser como un reproductor de CD. Estoy completamente de acuerdo con la opinión de que la escuela que te va dar la mayor técnica de tu instrumento es la clásica, sea cual sea tu instrumento, pero no estoy de acuerdo en que no se potencie que el alumno cree sus propias canciones, componga sus piezas, haga música propia. ¿Por qué motivo relegamos la composición a una especialidad del grado superior? Quizá yo sea demasiado atrevido, pero, ¿por qué no potenciamos que los alumnos toquen su propia música, a su manera, con sus defectos y sus virtudes, y poco a poco les formamos el gusto y pulimos sus prejuicios y sus ideas preconcebidas sobre lo que es ser músico? Creo que ningún profesor de música debería plantearse formar al próximo Daniel Barenboim o a la próxima Maria Callas. Cada alumno es único, y cada uno debe de aprender a ser él mismo. Cada persona debería descubrir su propia música, porque cada alma es diferente, y la música no es más que su lenguaje más puro.
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