Las 3 leyes inexorables de hacer régimen



Aunque soy biólogo, no soy nutricionista ni endocrinólogo, por lo que ninguno de vosotros debería esperar que os dé las pautas definitivas para poder perder peso. Este post no trata de qué hacer para poder perder los diez kilitos que te sobran, ni para recuperar tu figura después del atracón navideño, ni como desinflar la barriga cervecera que algunos habéis criado a base de ver partidos de fútbol en el bar.

Este post tiene un objetivo más humilde: explicar mi punto de vista sobre algo que todos hemos hecho alguna vez, y en lo cual yo estoy bastante experimentado. A pesar de no ser un experto en la materia, he conseguido algunos logros más que interesantes: entre junio de 2002 y abril de 2005 perdí veinticinco kilos, y entre febrero y abril de 2011 perdí doce kilos. Huelga decir que los recuperé, de lo contrario no estaría otra vez a régimen. Pero ya llevo perdidos casi siete kilos desde que volví al curro el 8 de enero. No está mal, ¿verdad?

Lo que yo llamo las tres leyes inexorables de la dieta no son más que una serie de observaciones que he venido constatando durante las múltiples veces que me he puesto a régimen. Seguramente hay más, sería cuestión de indagar un poco y preguntar a algún experto de verdad, pero me conformo con enunciarlas a mi manera y espero que, si no consigo que le saquéis algún provecho, por lo menos os sirva para desdramatizar y reíros de vosotros mismos.

1. Todo lo que está bueno engorda.

Desengañaos: esta ley es más cierta que las tres leyes de la dinámica de Newton. A todos nos gustaría que no fuera cierta, pero sólo se me ocurre una excepción: la mayoría de frutas, que son muy sabrosas pero tienen pocas calorías. Pero claro, no te pasarás una semana entera comiendo naranjas y manzanas, ¿no? La justificación de esta ley es más que sencilla. En nuestra época actual estamos acostumbrados, al menos en Occidente, a nadar en una abundancia de alimentos de todo tipo, pero durante la mayor parte de la historia de la humanidad y de la vida en la Tierra, el alimento ha sido un bien escaso. Durante los dos millones de años que llevamos como especie en el planeta, nuestro sentido del gusto y del olfato ha sido moldeado por la evolución para tener preferencia y devoción por aquellos alimentos que mayor contenido energético tienen, puesto que así la naturaleza se aseguraba de que volviéramos a comer los alimentos que más calorías nos aportaban. Esto, literalmente, es una putada para todos los que nos  hemos puesto a régimen alguna vez. A mí me encanta comer un buen plato de macarrones a la boloñesa como los hace mi mujer, o un risotto parmegiano, o el tiramisú que hace mi cuñada, o un buen trozo de chorizo gordo con patatas como lo hacía mi abuela. Pero por más que me dé pena reconocerlo, en un régimen no puedo comer nada de eso. Coño, es que a veces no puedo comer nada que tenga un mínimo de sabor. Porque, desengañaos otra vez, la crema de espinacas que te toca cenar un par de días, y la ensalada de apio y lechuga, y el caldo de pollo hervido con puerros no se pueden comparar al bocata de lomo con queso, el caldo gallego de mi madre o la paella de mi suegra. Y lo de los productos light es una tomadura de pelo, sobre todo cuando dicen que llevan 0% de materia grasa, porque siguen llevando azúcares y otras sustancias que aportan calorías, o que, como señalan algunos estudios recientes, confunden a nuestro metabolismo pero no evitan que nos engordemos.

2. El día en que te pones a dieta, el mundo entero conspira contra ti.

Esta ley ya no tiene ninguna verdad científica que la sustente, pero lo he comprobado decenas de veces. Quizá sólo sea la sensación que uno tiene al ver lo que pasa a su alrededor cuando anuncia a sus amistades que se ha decidido a acabar con la barriguita dichosa. Los días en que me he puesto a régimen, sospechosamente, mi madre ha comprado en la plaza unos filetes de ternera gallega para hacer un fricandó de puta madre, o mi suegra le ha dado a mi mujer una tableta entera de chocolate belga de los que deberían estar prohibidos por lascivos, o justo ese día mis compañeros de trabajo deciden que hemos de ir a ver qué tal está el nuevo restaurante chino de la esquina, etc…Si es que parece que, el día en que decidimos ponernos a régimen, nos colguemos un cartel en toda la frente que rece: “Venga, tiéntame, ponme a prueba, ríete de mí, no me dejes mantenerme en mi régimen acabado de estrenar”. Vamos, que sería más fácil que directamente me dijeran: “Gordo cabrón, no vas a perder los kilos que te sobran en tu puta vida, y ya nos encargamos nosotros de impedirlo”. Cada vez que comienzo la dieta, la escena se repite, y creo que no soy el único al que le pasa. De hecho, creo que esto no pasa únicamente el día en que comienzas la dieta, sino que dura y dura hasta que pierdes los kilos que te propusiste o desistes del empeño. Y, por desgracia, acostumbra a pasar lo segundo antes que lo primero.

3. Cuando un día es un día, todos los días son un día.

Esta otra ley tampoco tiene justificación científica, pero es fácil de entender y de justificar. No hay frase más peligrosa, más ingenua y más engañabobos que “Un día es un día”. Sirve para justificar que te tocaba comer un plato de judías verdes con merluza a la plancha pero te estás jalando ni más ni menos que…¡un plato de patatas fritas con butifarra de pagés! Y como no quieres sentirte culpable, pues nada, te justificas rápidamente y le quitas hierro al asunto: “Un día es un día”. El problema es que eso lo dices un lunes, y el miércoles (cuando no directamente el martes) te lo vuelves a decir, y luego lo repites el viernes, y luego el domingo, en casa de los suegros, pues también te lo dices, y así hasta que coges la agenda en que has marcado lo que comes cada día por orden del dietista y ves que, de siete días que tiene la semana, cuatro días “son un día”. Cuando te pesas al acabar la semana y ves que no has perdido ni un triste gramo, te enfadas y te dices a ti mismo: “¡Pero si he hecho régimen casi la mitad de los días de la semana!”. Eso es como si te dijeras: “¿Por qué me ha echado el jefe? ¡Si he ido a trabajar la mitad de los días!”.  

Conclusión

Estar a dieta es un rollo, lo sé, y mi intención no es desmoralizaros a ninguno de vosotros. Este texto tenía la intención de haceros reír y reflexionar a la vez, y espero haberlo conseguido, pero también he de deciros que la sensación de energía y vitalidad que uno tiene cuando se quita todos los kilos que sobran de encima es tan maravillosa, que vale la pena que lo sigáis intentando. Y si no, ¿de qué iban a vivir los editores de revistas de marujeo y de salud?

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