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Mostrando entradas de 2006

Otro año más

Salir en fin de año es como gritarle al árbitro en un partido de fútbol: como todo el mundo lo hace, no pasa nada por ser un tanto maleducado. Que conste que me gusta la fiesta, y pasarlo bien con mis amigos, pero no entiendo porque hay ciertas noches al año - la otra es la de San Juan - en la que parece que haya que rellenar la casilla de juerguista en tu declaración de la renta. Supongamos que eres una persona más bien tranquilita, que no bebes, que no te gusta demasiado la fiesta y que no soportas que todo el mundo vaya desfasado a tu alrededor. Una persona así lo tiene crudo en días como este, porque de lo que se trata en fin de año es de celebrar que el tiempo corre y que hemos de comprar un nuevo calendario para sustituir al viejo. Hay gente que se compra ropa interior roja, nos comemos una uvas tan rápido que no da tiempo a que se pelen o se les quite las pepitas, nos emborrachamos, hacemos propósitos de año nuevo que dejaremos a las dos semanas y nos ilusionamos con el futuro

De nuevo Pili

Este pasado fin de semana me fui con mi chica a Calella, a presentarle a mis abuelos y, de paso, darnos un chapuzoncito en la playa a media tarde. No pude quitar de los ojos de mi niñita durante las tres horas que estuvimos estirados sobre la toalla, tomando el sol y charlando. Pili es pequeñita y delgada, con la carita de niña más bonita que una mujer de veintisiete años puede tener. Su barbilla es redondita, dulce, parece una bola de helado puesta del revés, y cuando sonríe sus mejillas se curvan transmitiendo una ternura que desarma el corazón más frío. Sus ojitos marrones brillan con esa luz que sólo las almas hermosas emiten, destellos de un mundo maravilloso en el que los seres humanos desearíamos perdernos de vez en cuando y al cual ella me transporta cada vez que asienta su cabecita en mis muslos y me cuenta como le ha ido el día, cómo se han portado sus alumnos o los trucos que debe hacer para llegar a fin de mes. Pili tiene dos manos pequeñas de dedos finos y cortos que, a pe

Errores y aciertos imperfectos

Todos nos equivocamos. Es propio de nuestra condición humana, y nada podemos hacer para evitar que nos equivoquemos de vez en cuando. Algunos de estos errores nos harán madurar como persona, otros no, pero todos nos dejan una cierta mancha de inseguridad y puede que hasta de dolor. Un día descubres que quizá te equivocaste de carrera, o bien que te has portado mal con un amigo, o que no debiste tratar así a tu madre, o que no debiste suspender a aquel chico que te traía los deberes hechos cada día. Uno tras otro, los errores que hemos cometido nos han hecho ser quienes somos, de un modo u otro han dado forma a nuestra manera de pensar y de sentir, configurando nuestras emociones y maneras de actuar como si las equivocaciones fueran los diversos programas que hacen funcionar nuestro PC cerebral. Estoy a punto de acabar mi primer curso como profesor, aunque debería decir mis primeros cuatro meses. Sigo dudando en mi interior, debatiéndome entre elegir esta profesión o bien buscarme

Sólo ante el teclado

Sólo me dejo ir ante al teclado, ante la pantalla siempre viva y luminosa en la cual aparecen mis ideas reflejadas con un mínimo movimiento de mis dedos sobre las teclas. Es la magia que tiene poder utilizar mis manos para expresarme, sin necesidad de utilizar nada más que el ápice de los dedos. Mi cabeza, mi voz interior piensa lo que quiero decir, y yo la oigo, y mis dedos son mi lengua y mi boca, dejando ir mis palabras una tras otra, tal y como salen de mi lengua cerebral. Por eso no necesito más que dejarme ir, improvisar, como cuando me pasaba horas y horas de esas tardes infinitas de la adolescencia tocando con mi mejor amigo las canciones que sacábamos de la radio, sobre las cuales creábamos solos que no tenían nada que envidiar a los de muchos artistas de mentirijillas que salen hoy por la tele. David, que así se llama mi mejor amigo, siempre quería que fuéramos a su casa, para empezar porque era y sigue siendo bastante comodón, y también porque su habitación tenía una amplia

Del futbol y otras drogas (legales)

Esta semana pasada el Barça ganó la copa de Europa, confirmando así que es el mejor equipo del continente europeo – y, dicho sea de paso, del mundo – . Primero de todo debo decir que me gusta el fútbol. No es la mayor de mis aficiones, como rezaba aquella canción que ilustraba un famoso anuncio de Canal +, pero sí que me apetece, de tanto en tanto, alcachofarme en el sillón del comedor y ver un buen partido de balompié por la tele. Lo segundo que debo decir es que, además, soy del Barça. O sea, que debería sentirme muy contento con lo que mi equipo ha conseguido en sólo dos semanas: una liga española y una Champions son motivos más que suficientes para la mayoría de seguidores culés para sentirse felices y contentos durante todo lo que queda de mes. Cuando hace dos semanas el Barça se proclamó campeón de liga había quedado con Pili por el centro y pude ver el aspecto que presentaba Canaletas a las diez y media de la noche. Y no pude más que sentirme inquieto por lo que vi ese día y lo

La jardinería cotidiana

Es curioso el efecto que el tiempo libre puede tener sobre la mente de los hombres. Nuestra frágil y mudable condición humana nos hace desear siempre aquello que no tenemos, de tal manera que siempre desearíamos tener lo que no poseemos. Nuestros afectos y pasiones son como el culo de una señora demasiado gorda que siempre está buscando una silla en la que sentarse a la mesa común: en unas, por ser demasiado estrechas, no caben sus posaderas, y en las otras, por ser demasiado grande, no deja espacio a los otros comensales para que disfruten del banquete con ella. Nuestras ilusiones y deseos son un vestido que acostumbra a ser excesivamente ceñido o excesivamente holgado, de tal modo que nunca nos sentimos a gusto entre las telas que nos han de vestir. Es por ello que no es más feliz quién más sueños realiza, sino quién menos ilusiones necesita realizar. La meditación, esa divina llave que cierra la puerta del desasosiego a cada vuelta de candado, me está enseñando que es necesario renu

De Quijotes y molinos

El jueves pasado empecé mis vacaciones de semana santa, sabiendo que cuatro días de esta semana serían ocupados en preparar clases y en corregir exámenes, con la cabeza llena de recuerdos desagradables referentes a la última clase que tuve en el colegio, sintiéndome medio incapaz de dominar a los niños y pensando que poco a poco me estaba convirtiendo en una especie de torpe mental, sin la agilidad que mi mente tenía en otros momentos de mi vida y con la mayoría de mis músculos tensamente agarrotados. Comencé las vacaciones sintiéndome aliviado por dejar atrás la animosidad e incoherencia que llenaba las gargantas de los niños que, durante la última semana antes de las vacaciones, estaban realmente insoportables. Pues bien, durante estas pequeñas vacaciones he visto que parte del problema al cual me enfrento durante estas semanas, es decir, parte de la culpa de tener estos sentimientos míos tan llenos de tristeza y de aceptada resignación es mía. Durante todo el tiempo que he estado tr

La letra es la puerta del alma

Hace unas semanas se recogieron los trabajos de los alumnos que participarían en los Jocs Florals de este año. Como la tradición manda, cada vez que se avecina Sant Jordi se intenta motivar a los alumnos para que escriban un texto en prosa o un poema que tenga un mínimo de calidad literaria, premiando ese esfuerzo con un trofeo o un lote de libros que anime al ganador a continuar por la senda de la creatividad recién descubierta. Ya que últimamente ha renacido mi vena literaria me ofrecí como voluntario para ser jurado y otorgar el premio a quien reflejara en su escrito un atisbo de expresividad o de belleza que pudiera emocionarme. Como ya vendría siendo costumbre en mí desde que trabajo de profesor, ahora debería quejarme del bajo nivel de los escritos, del enorme número de faltas ortográficas que cometen los alumnos, de la poca coherencia de ciertos textos y de la falta de ideas con sustancia y de vocabularios más amplios. Pero no son estos “defectos de forma” lo que más me ha

De la renuncia y otros males

Desde hace años he intentado ocupar mis horas de la manera más fructífera posible. Es decir, actividades como ver la tele, mirar fijamente el techo mientras la mente se queda tan en blanco como la pintura de las paredes o hacer el vago un domingo levantándome a eso de las 12 eran actividades que sólo podía hacer con un regusto amargo y quedándome en el cuerpo una desagradable sensación de haber perdido mi precioso tiempo, teniendo que sentirme culpable por ello. Durante años, como digo, he pensado que mi padre desaprovechaba su escaso tiempo libre plantándose delante de la televisión al llegar a casa después de 12 horas de duro trabajo, o pasándose toda la mañana del sábado y del domingo – así como varias horas de las tardes de esos dos días – durmiendo. Y yo, consciente y seguro de que el ser humano tenía que cultivar todas aquellas parcelas del arte y de la cultura que su larga – o a veces corta – vida le permitiese, pensaba que el peor ocio era el ocio en que no había ni un ápice de

Que el amar no sea delito

“Ámame cuando menos lo merezca porque es cuando más lo necesito” Es un aforismo chino que he leído hoy, por casualidad, mientras visitaba el blog de un amigo mío que tiene mucho más éxito con sus publicaciones virtuales que yo con las mías. La cita aparecía como comentario de una entrada en la que el autor, antiguo profesor mío, explicaba que siempre había sentido más atracción por los alumnos conflictivos que por los buenos alumnos. De hecho, todos nos acordamos del gamberro de clase antes que del empollón, de aquél que rompió una puerta en el gimnasio intentando entrar en el vestuario de las niñas antes que del gafitas callado y estudioso que se sabía los capítulos del libro de sociales de memoria. Es la virtud y el defecto de nuestra memoria: recordamos gracias a las emociones, y siempre tenemos más presente la única bofetada que nos arreó nuestro padre que todos los sacrificios que ha hecho por nosotros. Cuando leí esta frase, a eso de las dos y media de la tarde, me hice

Desilusión y sublimación

Mi generación fue la de un puñado de chicos y chicas que creció con la televisión y sus series de dibujos japoneses, con nuestras abuelas que guardaban caramelos de miel y limón en un tarro de cristal ligeramente abombado escondido en el cajón inferior de la mesita de noche, con nuestras madres comenzando a emanciparse económicamente de sus maridos – o sea, nuestros padres – y con un millón de cachivaches inútiles que nos regalaban cada Navidad en pleno delirio consumista. Algunos – yo diría que muchos – estudiamos una carrera universitaria, logro que a ojos de nuestros padres parecía el súmmum de lo que un hombre respetable podía conseguir en esta vida. Algunos – otra vez diría que muchos – desarrollamos un cierto sentido de que la cultura y el conocimiento eran algo hermoso, necesario y hasta divertido, y que nos convenía como sociedad y como especie que aspiraba a mantenerse vivita y coleando en este planeta que asumiéramos de una vez por todas un cierto respeto por lo más elevado q

Para Pili, mi pequeña pianista

Pili se sienta, callada, ante el piano que todo lo absorbe. Toca, acaricia, amartillea, y el piano todo lo absorbe. Pili se sienta, callada, la música también con sangre entra. Golpea, apreta, tensa, y el piano nunca se queja. Pili piensa, en silencio, que quizá no desea tocar, que algo impropio le hace mover los dedos, esos dedos finos que saben volar. Schubert le ha hablado cientos de veces, y Mozart, y Bach. Todos ellos le han contado como brilla la luna sobre el lago de Como, o de qué color son las hojas que caen al suelo en el otoño lluvioso de la Selva Negra. Y ella los ha escuchado con ardorosa impaciencia, con pasión impenitente, volcada en las notas que los maestros del pasado han escrito para ella y sus dedos perfectos. A cambio de contarle esas hermosas historias, los compositores le han exigido disciplina, paciencia, trabajo, humildad ante el teclado y sacrificio, montañas de sacrificio. Ella aceptó éstas y otras contrapartidas, y se vio a sí misma coronada por la belleza

Poème d'amour (ou non)

Moi, je t’offrirai un paquet de biscuits Je creuserai la terre jusqu’à midi Je te ferai l’amour avec désillusion Je n’inventerai pas une nouvelle position. Je te parlerai de football et de voitures Je te raconterai mes stupides aventures, Je me cacherai quand il viendra le moment de faire la vaisselle Laisse-moi être un fainéant et ne jamais vider la poubelle. Traducción Te ofreceré un paquete de galletas Cavaré la tierra hasta mediodía Te haré el amor con desilusión No inventaré una nueva posición. Te hablaré de fútbol y de coches Te explicaré mis estúpidas aventuras Me esconderé cuando llegue el momento de lavar los platos Déjame ser un vago y no sacar nunca la basura.

Noche sin fiesta, domingo sin gusto

Las noches son siempre más tristes que los días. Para empezar, no hay luz. Es suficiente motivo para que las preocupaciones, la soledad, los miedos y las brujas te asalten cuando aún no te has ido a dormir, mientras el viento sopla frío al otro lado del cristal de la ventana de tu habitación, y oyes su silbido quejumbroso mientras contemplas impertérrito la inmensa negritud de la noche. Los segundos pasan poco a poco, el tic-tac es casi imperceptible, sólo suena en tu cabeza. Tiiiiiic! Taaaaaaaac!. Si tuvieras un reloj dentro de tu cabeza te darías cuenta que un segundo nocturno dura más que uno diurno. Danzan las agujas, el tiempo canta un réquiem. Y todo es espacio sediento de luz. Y todo es tristeza. La noche es la imperfecta muerte de la alegría, y digo imperfecta porque los gozos vuelven cada mañana, con el sol y la luz que de él emana, atravesando los cristales de las habitaciones de tu casa, despertando a quien duerme e inspirando a los pájaros que cantan. Hay muchos tipos

sigo siendo un pésimo poeta ( pero al menos me esfuerzo en ser malo)

Para Enara, en el vientre materno Hoy vi un vientre grávido y dentro dormías tú, golondrina pequeña que surcará el perfecto azul. El don de la vida que todo enternece te ha sido dado para engañar a la muerte. Regalo más hermoso no pudieron hacerte: Nacer para vivir, llorar para luego reír, gozar y, a veces, sufrir, y sentir, sentir, sentir. Con los años crecerás entre las nubes del calor de tu hogar, entre el algodón invisible de un amor paterno que nunca se podrá agotar. Pajarito de alas nuevas con plumas de leche, ¡Vuela, vuela! ¡Florece, florece! ¡Vuela, golondrina, vuela! Respira este aire puro, que la vida es aire y el aire es todo tuyo.

La inteligencia frustrada

Hace unos años entré en contacto con un grupo de superdotados, es decir, un grupo de gente que tenían un CI mucho más elevado que el de la mayoría de las personas, concretamente, más elevado que el del 98 por ciento de la población. En aquel tiempo yo andaba buscando gente más afín a mí, con la que tuviera temas de los que hablar, y con la que pudiera asistir a conciertos, exposiciones y otros acontecimientos culturales a los que nunca iba porque no quería ir sólo, así que pensé que me convendría conocer gente muy inteligente, ya que sin duda tendría muchas más cosas en común y podría hacer con ellos más cosas que con mis amigos de toda la vida, la mayoría de los cuales no tenían ningún gusto por la lectura ni por la música que me gustaba a mí. Conocí el grupo por un anuncio que encontré en mi facultad por casualidad, colgado del tablón de anuncios que había a la derecha de la puerta de entrada a la tienda de material universitario de la facultad. La primera reunión la tuve un domingo