Desilusión y sublimación

Mi generación fue la de un puñado de chicos y chicas que creció con la televisión y sus series de dibujos japoneses, con nuestras abuelas que guardaban caramelos de miel y limón en un tarro de cristal ligeramente abombado escondido en el cajón inferior de la mesita de noche, con nuestras madres comenzando a emanciparse económicamente de sus maridos – o sea, nuestros padres – y con un millón de cachivaches inútiles que nos regalaban cada Navidad en pleno delirio consumista.

Algunos – yo diría que muchos – estudiamos una carrera universitaria, logro que a ojos de nuestros padres parecía el súmmum de lo que un hombre respetable podía conseguir en esta vida. Algunos – otra vez diría que muchos – desarrollamos un cierto sentido de que la cultura y el conocimiento eran algo hermoso, necesario y hasta divertido, y que nos convenía como sociedad y como especie que aspiraba a mantenerse vivita y coleando en este planeta que asumiéramos de una vez por todas un cierto respeto por lo más elevado que había dado el ser humano. Algunos – y temo decir esta vez que muchos – acabamos haciéndonos profesores, recién salidos de nuestra facultad y con el titulo todavía caliente – de lo mucho que lo habíamos empollado – debajo del brazo, con los ojitos brillantes de la ilusión que nos hacía pensar que íbamos a ser algo así como embajadores de las teorías de Newton y Darwin, de las ideas de Kant y Platón, de las obras de Machado y Cervantes. Y nos lo creímos.

Soy profesor, y aún sigo con vida. No sé por cuanto tiempo, no sé por qué motivo ni por qué desgraciada casualidad me siento como si hubiera perdido el tiempo preparándome para intentar transmitir los conocimientos que he adquirido en la carrera a un grupo de chicos en plena edad del pavo que son incapaces – en la mayoría de los casos – de mantenerse mínimamente atentos. Creo que toda la creatividad nace del desconsuelo que se siente al comprobar que el mundo es un lugar lleno de frustración y desengaño. Para llenar ese vacío nos inventamos una realidad en la que la belleza es suficiente alimento y suficiente sueldo. Si estoy en lo cierto, entonces, en las décadas que aún me faltan por pasar en el mundo de la enseñanza, necesitaré y deberé acudir muchas veces a este teclado que tengo delante para poder consolarme con frecuencia.

Seré positivo: la causa de mi muerte diaria será la causa de mi creatividad futura.

Comentarios

Alfredito ha dicho que…
Ánimo, vas por el buen camino. Sobrevivirás. Hay días de todo en esta profesión nuestra (quizás en todas). Pero no dudes de que - con ilusión - hallarás la flor perdida, el rincón oculto, la luz desconocida que dará sentido a lo que haces.
Un abrazo, colega.
Anónimo ha dicho que…
Com diu el teu company... sobreviuràs. Algun dia t'adonaràs que la feina només es un mitjà per tenir diners, ni més ni menys(necessaris en un sistema capitalista com el nostre) i que un no hauria de posar totes les seves espectatives vitals en la feina. O sigui que mira les coses positives que té la feina de profe d'institut (temps lliure, vacances, bon sou) i aprofita-les per compensar les dolentes ;)

Albert (el germà de 3.14-li)

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