La jardinería cotidiana

Es curioso el efecto que el tiempo libre puede tener sobre la mente de los hombres. Nuestra frágil y mudable condición humana nos hace desear siempre aquello que no tenemos, de tal manera que siempre desearíamos tener lo que no poseemos. Nuestros afectos y pasiones son como el culo de una señora demasiado gorda que siempre está buscando una silla en la que sentarse a la mesa común: en unas, por ser demasiado estrechas, no caben sus posaderas, y en las otras, por ser demasiado grande, no deja espacio a los otros comensales para que disfruten del banquete con ella. Nuestras ilusiones y deseos son un vestido que acostumbra a ser excesivamente ceñido o excesivamente holgado, de tal modo que nunca nos sentimos a gusto entre las telas que nos han de vestir. Es por ello que no es más feliz quién más sueños realiza, sino quién menos ilusiones necesita realizar. La meditación, esa divina llave que cierra la puerta del desasosiego a cada vuelta de candado, me está enseñando que es necesario renunciar poco a poco a las ilusiones vanas y los deseos insensatos que no hacen más que echar leña a la dolorosa hoguera de la frustración.

Hace dos semanas que volví a meditar, a hacer ejercicios de respiración y canto, y poco a poco he conseguido ver las cosas de otra manera en lo que a mi futuro profesional respecta. Recuerdo haber estado hablando con mi hermano hace unas semanas, y responderle que cada uno tiene que lidiar con lo que le toca en su trabajo. Hacer de profesor tiene unos puntos a favor muy interesantes: trabajas con gente joven, tus compañeros de profesión te apoyan al cien por cien, no tienes un jefe apretándote constantemente, el sueldo es bueno y las vacaciones también, ayudas a que la sociedad sea un poco mejor día a día – aunque este pensamiento muchas veces no sea más que un tópico que el contacto cotidiano con tus alumnos desmiente rotundamente – y además deja bastante tiempo libre para que te ocupes de otros quehaceres más gratificantes. A cambio, uno tiene que aguantar muchas veces una actitud irrespetuosa, chulesca e indisciplinada de muchos de los alumnos que forman cada clase, la cual oscila entre la desgana y desmotivación totales ante las actividades que propones y el boicot directo a tu intento siempre frustrante de educarles.

Esta última semana me he dado cuenta de que se me hace corto trabajar únicamente tres días a la semana, y que me estoy comenzando a adaptar de tal manera al mundo de la educación que ya no me entra ese cosquilleo desagradable en el estómago antes de enfrentarme a cada una de las clases que tengo que dar en el colegio. Es más: incluso estoy comenzando a ver todo el tiempo libre que tengo como un exceso de ocio que me impide seguir un ritmo regular a lo largo de la semana y adaptarme mejor y más rápido a la profesión que, ahora sí, creo que realmente deseo ejercer. Seguiré cambiando poco a poco, evolucionando como la propia vida, mudando de piel y actitud después de la derrota constante que es la muerte de los sueños de juventud y el nacimiento a la verdadera vida, la que no se aprende en los libros de texto ni en las ecuaciones matemáticas. Por suerte o por desgracia, nuestra educación nos inocula dentro el maravilloso virus del amor a la cultura, pero no nos prepara para afrontar la materialista cordura de la sociedad iletrada, esa que rige nuestros destinos sin preocuparle más que los resultados económicos y espurios. Por más que haya quién clame que la cultura hace mejor a los hombres, la sociedad es un desierto en el cual los gritos de esta clase están condenados a perderse entre las dunas. Pero me consuela pensar que, entre los infinitos granos de arena que me rodean en cada clase, crecen y crecerán rosas de una belleza esperanzadora. Y alguien deberá regar esas rosas cada día para que puedan crecer sin ser ahogadas por el desierto asfixiante de la post-modernidad.

Comentarios

Alfredito ha dicho que…
Amigo Carballo, veo que navegas viento en popa a toda vela por mares de optimismo. Este párrafo me ha dejado boquiabierto:
"...tus compañeros de profesión te apoyan al cien por cien, no tienes un jefe apretándote constantemente, el sueldo es bueno y las vacaciones también, ayudas a que la sociedad sea un poco mejor día a día – aunque este pensamiento muchas veces no sea más que un tópico que el contacto cotidiano con tus alumnos desmiente rotundamente – y además deja bastante tiempo libre para que te ocupes de otros quehaceres más gratificantes..." . Impresionante visión positiva de las cosas. ¿De qué trabajo yo entonces?
Me parece magnífico ese entusiasmo arrebatado por esta profesión de nuestros dolores.
Un abrazo.

(Conoces el "Panfleto antipedagógico". Búscalo en Google, no tiene desperdicio)
Anónimo ha dicho que…
Increíble lo del panfleto antipedagógico...el otro día leí en el PAIS que Eduardo Mendoza hablaba de él. Lo busqué en Internet y me ha parecido una pasada!!!! Deberían enseñarlo en las facultades de psicopedagogía (de donde salen todas las lumbreras que se dedican a joder al personal docente). Chapeu para el master que ha parido este panfleto. 100% de acuerdo.

Albert.

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