Gracias, Pablo

Todavía recuerdo lo que significó Neruda para mí. Ésta es mi manera de agradecérselo. Lo escribí hace muchos años, cuando aún escribía poesía.

BIENVENIDA A NERUDA

Me desperté de noche,
la madrugada aún bostezaba,
una noche que años duraba.
Relucía el rocío,
los pájaros despertaban,
tímidamente me decían
que el alba ya llegaba,
y yo,
desnudo entre sábanas,
huérfanos mis brazos,
brazos que nada abrazaban,
¿qué vacío sentía
entre mi pecho y mi espalda?

En la cavidad de los latidos,
caverna de música hueca,
entre pulmones y huesos
dime, corazón,
¿dónde palpitabas y sangrabas?
¿Dónde latías y mentías?
¿Dónde sufrías, dónde dolías?
¿Dónde, corazón,
dónde,
dónde amabas?

Y tú, corazón,
callabas, callabas.

Dime cuenta pronto
que mi poesía se agotaba,
que mi lengua emmudecía,
que mi fuente se secaba.
Abrí mi pecho débil
con una navaja de plata.
Tenía en aquel hueco
una lata de sardinas
con un candado cerrada

Ábrete, latita,
que no te como,
que prefiero hamburguesas
que me ensanchen las caderas.

Ábrete, lataza,
que guardas una película
que quiero volver a ver
aquélla del guerrero
que perdida la batalla
acabó por vencer.

Ábrete, muñeca,
que todos los tipos duros
que matan con pistolas
no imaginan que tú guardas
el más grande de los tesoros:
lirios, crisantemos, amapolas.

Ábrete, mi vida,
que ya la madrugada se va,
y vuelve el día
lleno de alegría.

Se abrió la latita
y vi lo que dentro guardaba.
Nada de vacío,
vacío que nada canta,
nada de vacío,
nada que nada,
nada de nada.

Durante todos aquellos años,
fui todo nada.
Y entonces, tú,
Pablo de mirada ancha,
apóstol de la palabra,
poeta del todo y la nada,
volviste a hablarme,
calladamente elocuente,
desde el verso libre
que nada, vuela y salta
por encima de la nada
que todo convierte en agua.

¡Poesía, bienvenida,
siempre fuiste tan necesaria!

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