Nuevo y viejo poema: "Conjuro"
Escribí este poema hace cosa de seis años. Aunque sé que no soy un buen poeta, al menos me gusta y me trae muchos recuerdos.
CONJURO
Sigo aquí, sentado.
Como siempre.
Cabizbajo, perdido,
errante, meditabundo,
triste, taciturno.
El dolor surca
mi trasquilada nuca,
un arado de lágrimas
me ha peinado
para que la simiente
del sufrimiento
germine y se abra
ofreciéndome sus dulces frutos.
En mi herida
no sangra la carne,
en la vida rota
de mi juventud huidiza
hace tiempo que las sábanas
volaron
llevadas por la brisa
y los fantasmas
se quedaron en calzoncillos
ante el espejo de lo cotidiano.
He esperado ver llegar
días de luz
y cielos arrebolados
como las mejillas
de un querubín castrado,
y he dormido sólo
en noches de escarcha,
tan frías
que mataban sombras
con un silencio sibilante,
clavándole a la oscuridad
cientos de cuchillos afilados
que brillaban como estrellas.
¿Cuántas danzas de muerte
bailé al son
de la música fúnebre
que las discotecas me ofrecían
cuando en mi pecho
aún no habían florecido
mis veinticinco abriles?
He visto tantas,
tantas,
tantas flores marchitadas,
tantas alas truncadas
entre sollozos ahogados
y lágrimas derramadas
por las voluntades perezosas
de aquéllos
que a combatirse a sí mismos
nunca se atrevieron.
Podría ser al revés:
si lo piensas,
todo huele a lavanda
y la realidad no mancha
ni la vida huye
mientras respiramos.
Si lo piensas
Barbie siempre sonríe
y Ken siempre la amará,
Son-Goku siempre vence
y las bolas de dragón existen.
Si lo piensas…
si lo piensas
no existe la muerte.
Pero existe.
¿ Es que acaso
te has atrevido alguna vez
a ser penetrada por las palabras,
herida por un verso,
a dejar que te acometiera
un verbo salvaje,
galopante y piafante
entre jaurías de adjetivos
deseosos de morderte
para inocularte el dulce veneno
de la serpiente del Paraíso,
contagiándote así para siempre
de esa enfermedad necesaria
que se llama poesía?
¿Has sido deslumbrada
por el brillo de las estrofas,
por el fuego sublime
de la palabra perfecta,
por el ardor de esa carne
que palpita temblorosa
detrás de cada verso?
¿Cómo puedes entonces
llorar porque tu vida huye,
si ni siquiera has intentado
correr,
perseguirla
hasta que tu aliento
se extinguiera?
Yo te conjuro:
sígueme para beber
ese licor que nunca antes
ha mojado tus labios.
Sígueme para darte cuenta
de que la vida
es muerte,
y la muerte es Dios.
Esta queimada
se te ofrece libremente,
te abrasará la garganta
te nublará el juicio
y descenderás al infierno
en el que las palabras
y los sueños
forman un tejido
que envuelve toda la realidad.
Pero cuando aprendas
que la muerte
sólo es muerte,
y la vida
sólo es vida,
vivirás para siempre
en la ebriedad serena
de quién no tiene
miedo de sí mismo.
Yo te conjuro:
tú, que estás sentada
triste, alicaída,
cariacontecida,
inquieta, bebiendo sal
Puedes, no puedes,
besas, no besas
amas, no amas,
vives pero mueres,
haces el amor
a un extraño,
odias y dejas de odiar
y nada te llena
Yo te conjuro
para ir más allá
de las pantallas
y las canciones,
para sentir la debilidad
y la fortaleza
de nuestra raza mortal
en tu propio ser,
y descubrirte
ante el espejo de tu mente,
y así juzgar la vida
con los ojos del niño
en lo bueno y en lo malo,
en la salud y la enfermedad,
en lo divino y lo terrenal,
en el mar y en la tierra,
entre plumas y entre espinas,
yaciendo y trabajando,
entre un vagón de metro
y el siguiente,
entre hojas de papel
y hierba de años incontables.
No,
no soy yo quien te conjura.
Es la propia poesía,
la que llevas escondida
en tu interior abrasador,
dónde se chamuscan tus sueños
para alimentar el vicio inconfesable
de amar y perder
de yacer y morir
de dormir entre sábanas
que tus dedos humedecen.
Ante el vasto océano
de los días llenos de guadañas
ella te conjura,
porque ella sigue aquí
sentada y triste,
triste por no alegrarte,
porque tantas veces
llamó a tu puerta
y no la dejaste entrar
Quiso traerte un arco iris.
Quiso regalarte una gota de lluvia.
Quiso hacer contigo
lo que Dios le hizo a las aves
entre las envidias de los peces
y los insultos de los hombres.
Y tú no la dejaste entrar.
Deja que te conjuremos
para elevarte a los altares
de la cima de la espuma helada,
y entre el pasto de los espíritus
deja que te hagamos perder la inocencia
Así tu flor se abrirá,
y la poesía hará
que los frutos
que tu alma guarda
vuelvan a nacer sobre la tierra.
CONJURO
Sigo aquí, sentado.
Como siempre.
Cabizbajo, perdido,
errante, meditabundo,
triste, taciturno.
El dolor surca
mi trasquilada nuca,
un arado de lágrimas
me ha peinado
para que la simiente
del sufrimiento
germine y se abra
ofreciéndome sus dulces frutos.
En mi herida
no sangra la carne,
en la vida rota
de mi juventud huidiza
hace tiempo que las sábanas
volaron
llevadas por la brisa
y los fantasmas
se quedaron en calzoncillos
ante el espejo de lo cotidiano.
He esperado ver llegar
días de luz
y cielos arrebolados
como las mejillas
de un querubín castrado,
y he dormido sólo
en noches de escarcha,
tan frías
que mataban sombras
con un silencio sibilante,
clavándole a la oscuridad
cientos de cuchillos afilados
que brillaban como estrellas.
¿Cuántas danzas de muerte
bailé al son
de la música fúnebre
que las discotecas me ofrecían
cuando en mi pecho
aún no habían florecido
mis veinticinco abriles?
He visto tantas,
tantas,
tantas flores marchitadas,
tantas alas truncadas
entre sollozos ahogados
y lágrimas derramadas
por las voluntades perezosas
de aquéllos
que a combatirse a sí mismos
nunca se atrevieron.
Podría ser al revés:
si lo piensas,
todo huele a lavanda
y la realidad no mancha
ni la vida huye
mientras respiramos.
Si lo piensas
Barbie siempre sonríe
y Ken siempre la amará,
Son-Goku siempre vence
y las bolas de dragón existen.
Si lo piensas…
si lo piensas
no existe la muerte.
Pero existe.
¿ Es que acaso
te has atrevido alguna vez
a ser penetrada por las palabras,
herida por un verso,
a dejar que te acometiera
un verbo salvaje,
galopante y piafante
entre jaurías de adjetivos
deseosos de morderte
para inocularte el dulce veneno
de la serpiente del Paraíso,
contagiándote así para siempre
de esa enfermedad necesaria
que se llama poesía?
¿Has sido deslumbrada
por el brillo de las estrofas,
por el fuego sublime
de la palabra perfecta,
por el ardor de esa carne
que palpita temblorosa
detrás de cada verso?
¿Cómo puedes entonces
llorar porque tu vida huye,
si ni siquiera has intentado
correr,
perseguirla
hasta que tu aliento
se extinguiera?
Yo te conjuro:
sígueme para beber
ese licor que nunca antes
ha mojado tus labios.
Sígueme para darte cuenta
de que la vida
es muerte,
y la muerte es Dios.
Esta queimada
se te ofrece libremente,
te abrasará la garganta
te nublará el juicio
y descenderás al infierno
en el que las palabras
y los sueños
forman un tejido
que envuelve toda la realidad.
Pero cuando aprendas
que la muerte
sólo es muerte,
y la vida
sólo es vida,
vivirás para siempre
en la ebriedad serena
de quién no tiene
miedo de sí mismo.
Yo te conjuro:
tú, que estás sentada
triste, alicaída,
cariacontecida,
inquieta, bebiendo sal
Puedes, no puedes,
besas, no besas
amas, no amas,
vives pero mueres,
haces el amor
a un extraño,
odias y dejas de odiar
y nada te llena
Yo te conjuro
para ir más allá
de las pantallas
y las canciones,
para sentir la debilidad
y la fortaleza
de nuestra raza mortal
en tu propio ser,
y descubrirte
ante el espejo de tu mente,
y así juzgar la vida
con los ojos del niño
en lo bueno y en lo malo,
en la salud y la enfermedad,
en lo divino y lo terrenal,
en el mar y en la tierra,
entre plumas y entre espinas,
yaciendo y trabajando,
entre un vagón de metro
y el siguiente,
entre hojas de papel
y hierba de años incontables.
No,
no soy yo quien te conjura.
Es la propia poesía,
la que llevas escondida
en tu interior abrasador,
dónde se chamuscan tus sueños
para alimentar el vicio inconfesable
de amar y perder
de yacer y morir
de dormir entre sábanas
que tus dedos humedecen.
Ante el vasto océano
de los días llenos de guadañas
ella te conjura,
porque ella sigue aquí
sentada y triste,
triste por no alegrarte,
porque tantas veces
llamó a tu puerta
y no la dejaste entrar
Quiso traerte un arco iris.
Quiso regalarte una gota de lluvia.
Quiso hacer contigo
lo que Dios le hizo a las aves
entre las envidias de los peces
y los insultos de los hombres.
Y tú no la dejaste entrar.
Deja que te conjuremos
para elevarte a los altares
de la cima de la espuma helada,
y entre el pasto de los espíritus
deja que te hagamos perder la inocencia
Así tu flor se abrirá,
y la poesía hará
que los frutos
que tu alma guarda
vuelvan a nacer sobre la tierra.
Comentarios