Reedición de la primera entrada de mi blog

"Para nacer he nacido,
para encerrar el paso de cuanto se aproxima,
de cuanto a mi pecho golpea
como un nuevo corazón tembloroso"


Son los primeros versos de Neruda que leí. Estaban escritos en la primera página de un libro blanco y amarillento que teníamos en casa, acumulando polvo y permaneciendo cerrado en las estanterías del comedor mientras la televisión estaba encendida durante horas.

Yo sólo tenía doce años, doce inocentes, indecisos e impulsivos años. Encontré aquel libro por casualidad, como la mayoría de las cosas importantes que me he encontrado en esta corta vida.
Solía pasarme las tardes fisgoneando por casa, curioseando en las habitaciones de mis hermanos, revolviendo sus cajones por el mero placer de buscar, de husmear. Un cajón cerrado es un imán para un niño, y yo aún era y soy muy niño . Abría los cajones, sacaba todo lo que había en el interior y lo volvía a colocar de la misma manera en que estaba, para que ninguno de ellos notara que había descubierto las revistas que escondían en el fondo de la cajonera. Lo mismo hacía con la librería del comedor, un inmenso y oscuro mueble con dos estanterías para libros y dos cajones llenos de material de lo más variopinto: desde pilas gastadas que se guardaban allí para el día en que nos acordáramos de llevarlas a reciclar hasta las agujas de hacer punto con que mi madre me hacía cada año un jersey lleno de cariño que me convertía en el peor vestido de clase.

Unos años antes había leído "Ha llegado el águila", de Jack Higgins, sin saber ni siquiera quién era Winston Churchill. Bueno, al acabarlo me quedó bastante claro que era un barrigudo calvo y machista que fue primer ministro de Gran Bretaña, entre otras cosas de las que quiero pero no puedo acordarme. Leí también "Traficantes de dinero", de Arthur Hailey, "Out" de Pierre Rey, "El gran robo del tren" de Michael Crichton, y otros libros que teníamos en casa y que sólo mis hermanos y yo leíamos, más que nada porque éramos los únicos con suficiente tiempo para leer.

Aún no había cumplido los trece y ya me había enamorado por primera y ojalá última vez. La chica en cuestión era una niñata estúpida un año mayor que yo, que decía que no quería saludarme porque no quería que me hiciera ilusiones. La chavala había accedido a bailar conmigo en el taller de bailes de salón que se hacía aquel año por las fiestas del colegio. Yo estaba tan nervioso que no pude dejar de mirarla a la cara embobado durante todo el vals que bailamos juntos. Al acabar le dijo a mis amigas que la había mirado como si fuera a violarla.

Y fue entonces cuando este libro cayó en mis manos. Era una colección de poemas en prosa y otros escritos de Neruda.

" Esta mujer cabe en mis manos. Es blanca y rubia, y en mis manos la llevaría como a una cesta de magnolias.
Esta mujer cabe en mis ojos. La envuelven mis miradas, mis miradas que nada ven cuando la envuelven.
Esta mujer cabe en mis deseos. Desnuda está bajo la anhelante llamarada de mi vida y la quema mi deseo como una brasa.
Pero, mujer lejana, mis manos, mis ojos y mis deseos te guarda entera su caricia porque sólo tú, mujer lejana, sólo tu cabes en mi corazón"

Era la primera vez que leía algo que me tocara directamente, algo en lo que no estuviera clara la distinción entre el poeta que escribía y el lector que lo leía ávidamente. Desde entonces leí y consumí poesía como el alimento inmarchitable que es. Me pasaba horas y horas leyendo a Bécquer, Garcilaso, Lorca, Miguel Hernández, Virgilio, Homero, Shakespeare y Machado. También escribí varios diarios llenos de palabras sin sentido y con excesiva pasión , así como poemas, algunos lo suficientemente buenos como para ganar un premio, la mayoría lo bastante malos como para hacerme sonrojar, ninguno de ellos lo suficientemente impersonal como para mostrárselo a mis padres.

Cuando acabé el colegio, dejé de escribir, enfermé, me curé y acabé sacándome la carrera de Biología más por obligación paterna que por propio convencimiento. Los amores pasaron y no llegaron nunca, las letras ya no fluían y la inspiración dejó de visitarme. Mis amigas se largaron con el primero que las llevó a dar una vuelta en coche, y mis amigos de toda la vida se volvieron cada vez más insípidos, inspirándose sólo con el humillo de los canutos que se fumaban a cara perro en el parque de enfrente de casa antes de salir de fiesta.

Pero hoy tengo el libro de Neruda enfrente de mí. Hace una semana lo volví a abrir y esta vez lo leí de cabo a rabo, como si una necesidad que hacía tiempo que no saciaba me sacudiese toda la columna vertebral y me empujara a lanzarme de cabeza al torrente impetuoso que es la poesía del chileno.

Ah... sí, se me olvidaba. En la última página garabateé algo con lápiz.

"Escribo para que se libere de nuevo el torrente magnético del que mi pluma es guardiana. Letra a letra, palabra a palabra, frase tras frase, todo lo viejo y hermoso vuelve a su sitio. En esta noche oscura mis palabras son una lluvia de estrellas que dejo ir ahora, como el orgasmo ebrio de un poeta en un prostíbulo. Dejo ir esta luz para que me guíe cuando la luna se vaya y me deje a oscuras en el camino sinuoso y empinado que es mi vida aún no acabada de nacer."

Para escribir de nuevo he nacido.

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