Pau

El pasado lunes día 21 Sandra y yo ingresamos en el hospital. Bueno, mejor dicho, fue ella la que ingresó. Dos semanas después de la fecha prevista para el nacimiento de Pau los doctores decidieron que era momento de inducir el parto.
Llegamos a Mútua de Terrassa a eso de las nueve de la mañana. Yo ya no fui a trabajar aquel día. Nos llevamos todo lo necesario para que Sandra pasara los días del ingreso y también nos llevamos un par de libros cada uno, para matar el tiempo. A Sandra le introdujeron una cinta que dejaba ir hormonas, un método que no recuerdo como se llama pero que figuraba en un folleto que nos habían dado con anterioridad. Yo se lo pedí a Sandra unos días antes, pero al final no me lo leí. La noche antes de la inducción yo, insensible y pasota como a veces me ha dicho mi mujer que he estado durante su embarazo, dormí plácidamente. No me puse en la piel de mi mujer, a la cual le costó dormir porque en su estómago sentía unas mariposas revoloteando debido al miedo, los nervios y la falta de experienca en estas lides.

Pasamos todo el día leyendo, charlando e incluso en un momento mi mujer me pidió que fuera a comprarle una revista de pasatiempos que fuera un poco variada: es decir, no una de esas revistas en que sólo hay sopas de letras o crucigramas, sino una en la que hubiera diferentes tipos de ejercicios. Así lo hice. Después fui a casa un ratito, miré el correo (¡cómo no, es mi compulsión preferida!) y volví al hospital. El resto de la tarde lo pasamos leyendo y conversando con Sara y Manuel, una pareja que nos pusieron de compañeros de habitación, que también estaban embarazados (creo que el uso del plural es más que justificado) de un niño al que iban a llamar Yeray.

La cosa se comenzó a animar a eso de las nueve de la noche. La comadrona de la tarde nos había dicho que Sandra estaba dilatada únicamente de dos centímetros, así que lo más probable sería que tuvieran que ponerle oxitocina al día siguiente y así nacería el martes 22. Cuando caímos en que el día 22 era Santa Cecilia, patrona de la música, nos entró la risa tonta. Mi mujer es flautista, musicóloga, canta en el mismo coro que yo y trabaja de profesora de música en un instituto. Yo, para aquellos que no lo sepáis (aunque me parece que todo el mundo que lee este blog es conocido mío, pero el contador últimamente me da algunos sustos inesperados) soy profesor de FP de Curas auxiliares de enfermería pero estudio canto con el barítono Toni Marsol y anteriormente me había pasado diez años estudiando guitarra y cinco estudiando solfeo. Por todo ello, no pudo dejar de hacernos mucha ilusión pensar que nuestro hijo Pau iba a nacer el día de la patrona de la música.

Finalmente Sandra rompió aguas a la una y media de la noche. Después pasaron las cinco horas más duras que ambos hemos vivido nunca. No daré detalles del parto porque prefiero preservar la intimidad de mi mujer, y sé que hay algunos que me leéis que sois completos extraños ( y que conste que lo digo con mucho cariño, ojo, nada mejor que ser capaz de llegar también a los extraños, pero a mi mujer no le gusta airear sus intimidades).

Durante aquellas cinco horas de dolor llegué a plantearme si había hecho bien cuando aquella noche de febrero le dije a mi mujer que por qué no intentábamos tener un niño y me saqué el preservativo. Ella accedió ilusionada, pero al quedarnos uno al lado del otro nos reímos nerviosos, y admitimos habernos precipitado y decidimos esperar para más adelante, a que nuestros respectivos trabajos fueran más seguros y estables, antes de volver a intentar algo así. Pau es producto de la casualidad en cierto modo, y durante aquellas horas que a ella y a mí se nos hicieron eternas me culpé varias veces de haberla dejado embarazada, de haber sido un impulsivo y un estúpido, de haberle provocado un dolor terrible y de no poder hacer nada para evitárselo. Lloré de tristeza, rabia e impotencia una vez a ella ya le pusieron la peridural. Sandra se quedó dormida una horita, y después ya todo estuvo listo.

Cuando Pau comenzó a asomar la cabecita me puse como loco de contento. Sandra empujaba después de haber llorado como nunca la había visto llorar. Finalmente Pau vino a este mundo llorando. Sandra se sintó aliviada y yo me puse a llorar de alegría como nunca jamás había llorado. Le canté la canción que le había compuesto una vez la enfermera nos lo trajo limpio y lo puso sobre el pecho de Sandra. Pau estaba tranquilo, su madre también y yo no cabía en mí del gozo.

Pau os espera a aquellos que conocéis a sus padres. Ya sabéis dónde vivimos y tenéis nuestro teléfono. Os pediría que no corráis a visitarnos y que nos déis unas semanitas, pues últimamente dormimos muy poco a causa de la lactancia de Pau.

Un abrazo y un saludo muy fuerte

Comentarios

clauster ha dicho que…
el llanto muy presente cuando llegamos a este mundo y también cuando nos vamos...

Entradas populares de este blog

¿Qué es un pixapins?

La finalidad bendita de enseñar música

La dulce espera