Del futbol y otras drogas (legales)
Esta semana pasada el Barça ganó la copa de Europa, confirmando así que es el mejor equipo del continente europeo – y, dicho sea de paso, del mundo – . Primero de todo debo decir que me gusta el fútbol. No es la mayor de mis aficiones, como rezaba aquella canción que ilustraba un famoso anuncio de Canal +, pero sí que me apetece, de tanto en tanto, alcachofarme en el sillón del comedor y ver un buen partido de balompié por la tele. Lo segundo que debo decir es que, además, soy del Barça. O sea, que debería sentirme muy contento con lo que mi equipo ha conseguido en sólo dos semanas: una liga española y una Champions son motivos más que suficientes para la mayoría de seguidores culés para sentirse felices y contentos durante todo lo que queda de mes. Cuando hace dos semanas el Barça se proclamó campeón de liga había quedado con Pili por el centro y pude ver el aspecto que presentaba Canaletas a las diez y media de la noche. Y no pude más que sentirme inquieto por lo que vi ese día y lo que vi unas semanas después, cuando volvía a casa en metro después de haber visto la final de París en casa de Pili y sus hermanos.
Once tíos en pantalón corto meten un trozo de cuero hinchado entre tres palos más veces que otros once tíos también en pantalón corto, los cuáles tienen que hacer lo mismo pero en el lado contrario de un rectángulo pintado con yeso sobre una superfície de hierba recién segada. Eso es el fútbol, y lo demás es un exceso de retórica y de épica trasnochada. Repito que me gusta el fútbol, pero me parece que no debería contentarme demasiado por que el equipo del que soy aficionado ganara una liga o una copa de Europa. Al fin y al cabo, los aficionados no recibimos absolutamente nada a cambio de simpatizar con nuestro equipo. Una vez fui al campo y me volví como loco cuando Ronaldinho metió su primer gol con el Barça. ¿Por qué grité como un poseso? ¿Acaso el brasileño me habría dado un porcentaje de su sueldo por aquel grito pelado que salió de mi garganta dejándome casi sin voz durante el día siguiente? No acabo de entender que tanta gente se emocionara cuando el beneficio que obtienen por animar a su equipo es nulo. Si el Barça fuera una sociedad anónima, habría al menos un cierto reparto de beneficios cuando los accionistas recibieran sus dividendos, pero como no lo es – sino que es un ente cuasimístico que se define a sí mismo como “més que un club” – pues no hay beneficio para el socio ni para el aficionado. Pero lo más inquietante no es el hecho de que toda una ciudad pueda sentirse presa de una alegría a todas luces injustificada – eso puede ser más que tolerado, al fin y al cabo ya hay suficientes motivos como para estar triste cada día – sino que la alegría no era tal, sino más bien una especie de euforia pasajera similar al estado artificial de bienestar que producen las drogas de cualquier tipo cuando son consumidas en cualquiera de sus formas. Uno de los síntomas más peligrosos de la adicción de las drogas es que los enfermos pierden todo interés en todo aquello que no sea la sustancia adictiva y el medio de conseguirla. Los españoles tenemos los mejores equipos de fútbol, los mejores tenistas, los mejores pilotos de tenis y al campeón de Fórmula 1 más joven de la historia. Los suecos, los finlandeses, los noruegos y los daneses no, pero reciben una ayuda del estado por cada hijo que tienen hasta que éste se hace adulto, sus hospitales casi no tienen listas de esperas, la corrupción en sus instituciones es casi inexistente y tienen sistemas educativos de gran calidad y totalmente gratis. Pero claro, como nadie podría citar a tres equipos de cada una de las ligas de fútbol de estos cuatro países debe ser porque no tienen nada que aportarnos. ¿Cómo van a vivir bien en los países nórdicos si no tienen a Ronaldinho para que les baile una samba en el televisor cada vez que el Barça gana la liga?.
¡Nada, que como en España no se vive en ningún sitio!
Once tíos en pantalón corto meten un trozo de cuero hinchado entre tres palos más veces que otros once tíos también en pantalón corto, los cuáles tienen que hacer lo mismo pero en el lado contrario de un rectángulo pintado con yeso sobre una superfície de hierba recién segada. Eso es el fútbol, y lo demás es un exceso de retórica y de épica trasnochada. Repito que me gusta el fútbol, pero me parece que no debería contentarme demasiado por que el equipo del que soy aficionado ganara una liga o una copa de Europa. Al fin y al cabo, los aficionados no recibimos absolutamente nada a cambio de simpatizar con nuestro equipo. Una vez fui al campo y me volví como loco cuando Ronaldinho metió su primer gol con el Barça. ¿Por qué grité como un poseso? ¿Acaso el brasileño me habría dado un porcentaje de su sueldo por aquel grito pelado que salió de mi garganta dejándome casi sin voz durante el día siguiente? No acabo de entender que tanta gente se emocionara cuando el beneficio que obtienen por animar a su equipo es nulo. Si el Barça fuera una sociedad anónima, habría al menos un cierto reparto de beneficios cuando los accionistas recibieran sus dividendos, pero como no lo es – sino que es un ente cuasimístico que se define a sí mismo como “més que un club” – pues no hay beneficio para el socio ni para el aficionado. Pero lo más inquietante no es el hecho de que toda una ciudad pueda sentirse presa de una alegría a todas luces injustificada – eso puede ser más que tolerado, al fin y al cabo ya hay suficientes motivos como para estar triste cada día – sino que la alegría no era tal, sino más bien una especie de euforia pasajera similar al estado artificial de bienestar que producen las drogas de cualquier tipo cuando son consumidas en cualquiera de sus formas. Uno de los síntomas más peligrosos de la adicción de las drogas es que los enfermos pierden todo interés en todo aquello que no sea la sustancia adictiva y el medio de conseguirla. Los españoles tenemos los mejores equipos de fútbol, los mejores tenistas, los mejores pilotos de tenis y al campeón de Fórmula 1 más joven de la historia. Los suecos, los finlandeses, los noruegos y los daneses no, pero reciben una ayuda del estado por cada hijo que tienen hasta que éste se hace adulto, sus hospitales casi no tienen listas de esperas, la corrupción en sus instituciones es casi inexistente y tienen sistemas educativos de gran calidad y totalmente gratis. Pero claro, como nadie podría citar a tres equipos de cada una de las ligas de fútbol de estos cuatro países debe ser porque no tienen nada que aportarnos. ¿Cómo van a vivir bien en los países nórdicos si no tienen a Ronaldinho para que les baile una samba en el televisor cada vez que el Barça gana la liga?.
¡Nada, que como en España no se vive en ningún sitio!
Comentarios
Estamos inmersos en un mundo de absoluta desinformación, en el que nos mienten, nos roban, nos explotan, nos manejan, nos zarandean continuamente. ¿Y qué hacemos? Comprarnos con el dinero que no tenemos televisores de 32 pulgadas para ver el mundial, pagar religiosamente impuestos e hipotecas descontroladas, ir a la rúa a gritar febrilmente Barça Barça y cantar el Opá.
Y así nos va.
Abogo por días de barricadas y guillotinas.
Joooo, qué bonito (no lo del Barça, juajuajuajuajuajuaaas) si no lo de leerte tan enamorado... No sabes cómo me enternece ver que estás así...ENHORABUENA CRACK.