Para Pili, mi pequeña pianista
Pili se sienta, callada, ante el piano que todo lo absorbe. Toca, acaricia, amartillea, y el piano todo lo absorbe. Pili se sienta, callada, la música también con sangre entra. Golpea, apreta, tensa, y el piano nunca se queja. Pili piensa, en silencio, que quizá no desea tocar, que algo impropio le hace mover los dedos, esos dedos finos que saben volar. Schubert le ha hablado cientos de veces, y Mozart, y Bach. Todos ellos le han contado como brilla la luna sobre el lago de Como, o de qué color son las hojas que caen al suelo en el otoño lluvioso de la Selva Negra. Y ella los ha escuchado con ardorosa impaciencia, con pasión impenitente, volcada en las notas que los maestros del pasado han escrito para ella y sus dedos perfectos. A cambio de contarle esas hermosas historias, los compositores le han exigido disciplina, paciencia, trabajo, humildad ante el teclado y sacrificio, montañas de sacrificio. Ella aceptó éstas y otras contrapartidas, y se vio a sí misma coronada por la belleza