Noche sin fiesta, domingo sin gusto
Las noches son siempre más tristes que los días. Para empezar, no hay luz. Es suficiente motivo para que las preocupaciones, la soledad, los miedos y las brujas te asalten cuando aún no te has ido a dormir, mientras el viento sopla frío al otro lado del cristal de la ventana de tu habitación, y oyes su silbido quejumbroso mientras contemplas impertérrito la inmensa negritud de la noche. Los segundos pasan poco a poco, el tic-tac es casi imperceptible, sólo suena en tu cabeza. Tiiiiiic! Taaaaaaaac!. Si tuvieras un reloj dentro de tu cabeza te darías cuenta que un segundo nocturno dura más que uno diurno. Danzan las agujas, el tiempo canta un réquiem. Y todo es espacio sediento de luz. Y todo es tristeza. La noche es la imperfecta muerte de la alegría, y digo imperfecta porque los gozos vuelven cada mañana, con el sol y la luz que de él emana, atravesando los cristales de las habitaciones de tu casa, despertando a quien duerme e inspirando a los pájaros que cantan. Hay muchos tipos